Segunda Cena

Tocaron la puerta...era su mamá.

La señora bien linda nos venía a ofrecer "un sandwichito" para cenar. Sinceramente si me estaba doblando de hambre, después de actividades ilícitas de ese tipo el sueño y el hambre me dominan al instante, ¿pero de eso a cenar en su casa?

Nube no dijo nada, nada más me volteó a ver con gesto de aprobación y se burló sutilmente de mi cara de angustia. Obviamente me negué. Entre que "no tengo hambre, no en serio, gracias, es que me tengo que ir a mi casa porque ya es tarde" iba tratándome de safar de la situación, pero mi ex-suegra nomás no me dejó. Hasta se ofreció a que mi ex-cuñado (quien me odiaba más por un anécdota que contaré pronto) me llevara a mi casa cuando terminara de cenar.

¿Cómo le explicas a la señora que si tienes hambre, que si se te antoja un sandwich, que no te da miedo caminar sola a tu casa.. pero que no puedes aceptar el sandwich que ella, toda bondad te ofrece, por el simple hecho de que la vergüenza te corroe por haberte cenado a su hija minutos antes?

Terminé armando una mesa plegable con Nube para que cenáramos (gracias a Dios no me hicieron bajar al comedor), mientras ella, bien linda, se reía de mi altísimo grado de nerviosismo.

Dos platos armados con un sandwich y papas fritas fueron amablemente colocados enfrente de nosotras. La señora desapareció en las escaleras y nos quedamos solo ella y yo.

Ya estando ahí, le empecé a entrar al sandwichito.. manjar en mi boca. Llevaba yo algunos meses viviendo en mérida sin familia protectora, y ese sandwich, lleno de mayonesa "maternal" fue la pauta que marcó mi primera cena que sabe a cena de casa.

Por obra del señor, unos minutos antes de terminar mi sandwich me llamó una de mis roomies, que si quería que pasara por mi. Acepté gustosa por pánico a ser descuartizada en el carro mientras mi ex-cuñado me transportaba.

"Oye..ya casi me voy.. van a pasar por mi" Le di las últimas mordidas al sandwich, maté las últimas papitas y "fuimos por mis cosas" al cuarto. De nuevo entre cuatro paredes me sentí más tranquila. Nadie estaba pendiente del nivel exagerado de amor en mi mirada, ni de las sonrisas desbordantes de mariposas, ni de esos detalles de la entonación de voz, que, como bien dijo Sabines "te he dicho «ya es tarde», y tú sabías que decía «te quiero»".

Apretada contra la puerta, veía en el espejo de al lado nuestro el reflejo tan perfecto que eramos ella y yo cuando nos besábamos...