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miércoles, 30 de octubre de 2013

Ser bisexual, ser de pueblo, ser en soledad.


Durante mucho tiempo, pensé que la primera vez que había tenido "vibra lésbica" había sido a los 15 años, cuando me enamoré de mi primera novia.

Hace relativamente pocos años, un recuerdo bloqueado volvió a mi:

Tenía aproximadamente 8 años y me di cuenta que era diferente a mis amigas. No me gustaba alguien en especial, no estaba infantilmente enamorada de alguna niña, pero sabía que era diferente. Mi cerebro era un puñado de arena en el que resaltaban dos o tres cosas que no podía conectar, por más que trataba.

Vivir en un pueblo pequeño no me ayudaba a entender qué era lo que me hacía diferente, mucho menos a darle un nombre. Me sentía sola, me sentía extraña, me sentía vulnerable y me sentía aterrada. De verdad creí que era la única niña en el universo con esa maraña de ideas en la cabeza. El concepto de homosexualidad era algo sumamente confuso e incoherente.

Conocía a algunos hombres gays. Mi vecino de 12 o 13 años era "maricón", o así era como le decían en la primaria. "Rarito" le decía mi mamá, con tantito más respeto. Nadie decía gay, era una palabra que no existía en mi vocabulario, aunque el concepto me diera vueltas dentro. Un mal concepto, por supuesto. Alexis era frecuentemente molestado en el colegio, imitaban su tono de voz agudo, su forma de caminar y cada característica que lo definiera como algo diferente al "niño normal" que sus compañeros esperaran que fuera.

Además de él, conocía a un pariente lejano mío, Mario. El estaba en sus treintas, era abiertamente gay y abiertamente criticado. Mario no iba a las comidas familiares y siempre lo veía solo. Escuché varias veces que llevaba una vida de excesos, además de haberse hecho varias operaciones. Mario tenía amigos, todos como él. Algunos de ellos tenían el cabello teñido de rubio y siempre los veía borrachos.  Desequilibrio, descontrol y desmadre que generaban un rechazo tanto dentro de la familia, como fuera de ella.

Yo me ponía a pensar en qué pasaría con Alexis cuando "fuera grande", como Mario. ¿Se iba a convertir en alguien así? Alexis era muy tímido y reservado, me preocupaba que hiciera todas esas cosas malas, que la gente le diera la espalda, como se la daban a Mario.

Incluso entendiendo el concepto de homosexualidad, aunque sea a medias, seguía sin entender qué era lo que pasaba. ¿Todos los hombres a quienes les gustaban otros hombres eran así? ¿Habían mujeres? ¿Yo era la única?

Me dio muchísimo miedo saberme en el mismo costal que Mario y Alexis. Por un lado, no me imaginaba contándole a mis papás que me gustaban las niñas y que me dieran la espalda. O, incluso aunque no me la dieran... ¿qué diría mi familia? ¿y mis tías de la socialité? ¿mis abuelos? ¿me invitarían a las reuniones familiares? Me darían la espalda, todos, o hablarían de mi a mis espaldas, que era peor. Sentirme observada, vulnerable, juzgada. ¿Qué dirían mis amigas? ¿y los papás de mis amigas? Seguro les prohibirían verme o ellas tendrían miedo de mi.

Y cuando fuera grande, ¿qué? ¿Tendría que estar sola siempre, como Mario? ¿Qué tipo de personas serían mis amigas? ¿Habían mujeres como yo? ¿Yo era la única? ¿YO ERA LA ÚNICA? No conocía a nadie, a n-a-d-i-e, jamás me habían hablado de mujeres que se enamoraran de otras mujeres, ni si estaba mal. Pero yo sabía que estaba mal. A veces me golpeaba en la cara la palabra "machorra", pero era todo. Y yo no era machorra. Me gustaba mi vestido azul y tener el pelo largo, no jugaba futbol, no era machorra. ¿Tendría que serlo?

Decidí que no quería ser machorra, ni ser molestada en el colegio, ni que mis papás me dejaran de querer, ni hacerlos sufrir, ni que mi familia me criticara, ni estar sola. Lo decidí, así como se decide no comerse todos los chocolates de la caja en una sola tarde. Esa no era yo, ni quería serlo.

Y no lo fui, o eso me hice creer durante mucho tiempo. De dientes para fuera, claro, porque aunque había bloqueado esa línea de pensamientos, me seguía sabiendo y sintiendo sola.

Crecí rodeada de amigas, hablando de las Spice Girls, de Hanson, de brillos labiales con olor a chocolate y de todos sus novios. Yo nunca tuve uno. Me gustó un güerito cuando tenía 10 años, pero hasta ahí. Sentía casi la obligación de encontrar alguien a quien atribuirle mi pendejo corazón por temporadas, porque si no me inventaba eso, no tenía de qué carajos hablar.

Con el tiempo, le fui perdiendo el miedo y aprendí el significado de la palabra lesbiana. Que, por cierto, me sonaba horrible. Luego, aprendí que no todas las lesbianas eran machorras, así, traileras, cabronsísimo. Cuando tuve como 12 años, apareció frente a mi por primera vez el concepto "bisexual" y sentí que algo encajaba dentro de mi. Me gustaba sentir que tenía opciones, no tener que dejar de ser yo para pertenecer a un concepto. Me gustaba saber que no tenía que ser machorra, pero que estaba bien que no me encantaran las faldas y los tacones. Me gustaba saberme menos confundida.

Sin embargo, a pesar de que resolvía poco a poco la maraña de ideas que tenía, me seguía sintiendo sola. No quería decírselo a mis amigas, no estaba preparada. Más de una vez estuve a punto de decírselo a una de ellas, la única que sigue a mi lado más de 10 años después... la Flaca era alguien a quien yo admiraba mucho y sabía que no me iba a juzgar, pero ni siquiera me pasaba por la cabeza cómo soltar algo así de grande.

Me sentía sola, además, porque de las 30 mil personas que habían en mi pueblo, no había ninguna mujer lesbiana. No tenía un modelo a seguir, alguien a quien mirar hacia arriba, una sola mujer que me hiciera ver que no era la única pinche freak en todo el pueblo. Que había alguien más como yo, allá afuera, que no me iba a pasar nada.

Es difícil de entender cuando creces en una ciudad, lo supe después. En un pueblo, todos son hijos de alguien, sobrinos, ahijados y todos están bajo la lupa de la chingada gente. Mi mamá y todas las mamás de mis amigos eran omnipresentes. Todo el mundo se enteraba de todo lo que hacías y dejabas de hacer. Siempre me pregunté qué iba a pasar si me llegara a gustar alguien, fuera hombre o mujer. Pero, ¿quién me podía gustar? Era la única pinche lesbiana de mi pueblo. O bisexual. No estaba segura.

¿Cómo se supone que yo descubriría quién chingados era? ¿Iba a estar sola el resto de mi vida? ¿Jamás iba a tener novia? Estamos hablando de principios de los dosmiles, viviendo en mitad de la nada, en una ciudad pequeña, léase "pueblo", en el cual todo el mundo sabía quién era. Me sentía asfixiada, observada. Yo no tenía otra realidad con la cuál comparar en la que yo vivía, así que pensé que sería lo mismo en donde sea.

En el 2003 sucedieron muchas cosas.

Primero, aparecieron haciendo un escándalo impresionante dos chavitas vestidas de colegialas besándose bajo la lluvia. Ustedes pueden decir lo que quieran, pero el ver que Lena y Julia se besaran en todos los canales me hizo vibrar y sentir que no estaba sola, que había alguien más allá afuera, no importaba qué tan lejos, que era igual que yo. Todo el mundo hablaba de eso, para bien o para mal. Los comentarios negativos era algo que esperaba, pero los positivos de las personas que menos me imaginé, me hicieron sentir una aceptación indirecta que no había sido consciente de necesitar.

Poco tiempo después, encontré en la televisión la película "The Truth About Jane" una tarde que me quedé sola en casa. Ellen Muth era Jane, una gringuita de pocos años más que yo enamorada de una amiga de la escuela. Durante la película, Jane se sentía sola y diferente, aterrada por sus sentimientos, rechazada por sus padres. Me sentí identificada, por supuesto, me dio muchísimo miedo tener que vivir lo que ella vivía... y al mismo tiempo, sentí que no estaba sola, que había alguien allá afuera, no importaba qué tan lejos, que era igual que yo. Jane tenía amigos que la aceptaban y sus padres, al final del cuento, terminaban haciéndolo también. El proceso había sido difícil, pero me dio esperanzas.

Por último, tuve la oportunidad de leer a lesbianas y bisexuales. Y eso sí que construyó algo muy fuerte dentro de mi. Me sentí acompañada, me sentí protegida. Sentí como si hubiera encontrado cientos de "madres sustitutas" a través de Rompiendo el Silencio, una revista lésbica chilena, a quien le debo más que a todo lo anterior. Por primera vez tuve la oportunidad de meterme en la cabeza de mujeres como yo y saber lo que pensaban, cómo vivían, a qué se dedicaban. Eran hermanas lesbianas, bisexuales, mujeres, latinas, como yo. Eran fuertes, inteligentes, interesantes y me cuidaban, aun sin saberlo, aun sin haberme puesto jamás en contacto con ninguna de ellas.

Me sentí un poco menos sola, a pesar de que "nada había cambiado" en realidad. Me sentí menos sola, más segura. Y si, seguía viviendo en el mismo pueblo de mierda, seguía bajo la lupa, seguía estando dentro del closet y sin visitas en él. Pero algo había cambiado dentro de mi, tenía esperanzas, sabía que no importaba hacia dónde caminara, yo tenía la oportunidad de romper con el estereotipo de homosexualidad jodida bajo el que había crecido.

Entendí, por primera vez, que ser lesbiana o bisexual era algo que me pertenecía, pero no me definía. Que podía ser muchas cosas más además de eso, que no tenía que darle explicaciones a nadie si no se me daba la gana, que tenía una oportunidad de crecer fuerte, de llevar una vida normal, sin ser marginada o rechazada.

Poco tiempo después me enamoré, me fui de vivir del pueblo y todo pasó demasiado rápido después de eso. Tuve la oportunidad de conocer mujeres maravillosas que cuidaron de mi cuando fui muy joven y que siguen siendo amigas mías hasta el día de hoy. Tuve la oportunidad de experimentar quién chingados quería ser. De que me rompieran el corazón y enamorarme otra vez, y otra, y otra.

Y si, mucho tuvo que ver que me salí del pueblo para estudiar, pero hoy puedo regresar ahí sin miedo. Incluso si me hubiera quedado ahí, sé que las cosas hubieran mejorado lento, pero seguro.

Las cosas mejoran y eso es algo que quiero dejar claro para cualquier persona que de pura cagada llegue a éste post con el mismo sentir. No estás solo, no eres la única que está confundida, no eres el único que siente que nació en el cuerpo equivocado, no eres la única que odia tener que usar vestidos. No estás solo, habemos muchos como tú y todo va a estar bien, aunque tu vida parezca una broma de mal gusto en éste momento.

No todos los padres echan de casa, no todos los amigos dan la espalda, no todos los adultos son de mente cerrada, no toda la familia te juzga. Y aun si así fuera el caso, no estás solo, de verdad que habemos muchos.

Habría sido algo que me hubiera gustado saber todo el tiempo que me sentí sola y asustada, que me sentí fuera de lugar, que me sentí sin esperanzas. Espero que ésto llegue a mi yo del pasado o a quien quiera que lo necesite.

miércoles, 16 de octubre de 2013

Amiga de mierda.


Hace como dos meses, le llamé a Superman a media noche un jueves cualquiera. Estaba con su novia y, a pesar de que insistí en marcarle luego, ella insistió más en que no era necesario. Sabía que no le iba a volver a marcar, supongo.

Tenía no recuerdo cuánto tiempo que no hablábamos. Meses, probablemente, de verdad que no lo recuerdo. Desde su cumpleaños, tal vez, y antes de eso, desde una tarde que nos quedamos dormidas en su casa. No la volví a buscar después de eso, hasta aquel jueves cualquiera.

Me sentí culpable, por eso la busqué.

Semanas antes, me había llamado por teléfono. Estaba llorando, me necesitaba y yo no tenía tiempo de verla. Tampoco tenía ganas de verla, no las suficientes para mandar mis pendientes al carajo por una amiga llorando al teléfono, ¿nos vamos entendiendo? Mientras hablábamos, pasamos una al lado de la otra en una calle cerca de mi casa. Ella me vio, yo no la vi a ella. Lloró más. Quedamos de vernos luego y nunca pasó.

En ese momento no sentí nada. Y seguí sin sentir nada, o aparentando no hacerlo, hasta aquel jueves cualquiera.

Me sentí culpable. Me sentí culera. Me sentí mala amiga. Me sentí heartless bitch.

Y es que ella es una amiga de mierda. Para ser sinceras, es una de las peores amigas que he tenido en la vida. Sin embargo, el 99% de las veces que me he caído al suelo (y no ha sido ella quien me ha empujado), ha estado al pie del cañón, pendiente de mi, apoyándome, sin importar que hayamos estado peleadas a muerte o que, segundos antes, la haya mandado a la chingada.

Y bajo esa línea de pensamiento fue que me sentí heartless bitch.

No nos habíamos visto en meses, ni por equivocación. Viviendo en la misma ciudad, se acaban las excusas, ¿no? Pero yo no di ni una sola, nomás no volví a aparecer en el cuento. No quise volver a aparecer en el cuento.

No tenía ganas de verla. Nadita. Y no sabía por qué, si en realidad, no había sucedido algo contundente para que yo pusiera tierra de por medio. Discutimos una vez porque ella, aparentemente, no soporta el bromance que tengo con uno de mis mejores amigos y se sintió "desplazada". Fuera de eso, nada.

Me pegó como chingadazo en la frente ese mismo jueves, unas horas antes de llamarle, mientras manejaba al centro.

Superman y yo, en ese momento, no teníamos un solo conflicto. Sin embargo, dentro de mi sentía esa revolución de emociones y una chispa de no sé qué chingados que me impedía estar en paz cuando estábamos juntas. Misma chispa que me llevaba a estar hiper-sensible a absolutamente todo lo que decía y hacía. Mi nivel de tolerancia para/con ella era ínfimo y quería lastimarla con cada palabra que salía de mi boca. Y entonces entendí que no quería lastimarla, como tal, si no "regresársela".

El conflicto venía de antes. No la había perdonado. Incluso hoy, no termino de hacerlo. Y la verdad, es que no tengo idea qué porción de la enorme cantidad de mierda que tenemos a nuestras espaldas es la que me sigue molestando. O si son varias. O si es una combinación. No confío en ella y, además, le tengo resentimiento.

Ni siquiera creo que se trate de la etapa en la que estuvimos en una relación, si no de la lista eterna de chingaderas que se ha desarrollado en el proceso de adaptación para ser amigas.

El día que nos quedamos dormidas en su casa, por ejemplo, se aventó la puntada de decir que X ex suya había sido la única ex inteligente que había tenido. Léase: a) Para ella, lo nuestro no fue una relación. b) Para ella, yo soy una pendeja.

Siendo sincera, estoy consiente de que un comentario así debería valerme madre, pero por alguna razón, no lo hace. Me enojé. Mucho. No le hice un escándalo, no le dije nada en ese momento, pero sentí cada latido explotándome en la cabeza. A pesar de haberme controlado, es algo que no pasé por alto.

No la he perdonado, señoras y señores. Puedo, mentalmente, hacer una lista medianamente vergonzosa de situaciones un poquito menos pendejas que la anterior, que me duelen/arden/emputan/decepcionan y que, en su momento, me tragué en seco.

Aquel jueves cualquiera, le llamé para explicarle precisamente eso, pero no pude. Estaba-con-su-novia. Lo único que atiné a hacer, fue pedirle perdón por no haber estado cuando me necesitó y por ser mala amiga. Ella estaba muy feliz de escucharme, de que habláramos después de tanto. Prometí que nos veríamos pronto, por supuesto.

Pocos días después, le pedí que habláramos. Tengo que admitir que fue un poquito mi error pedirle permiso, porque conozco a pocas personas más saconas que Superman... pero el cuento es que me mandó a la chingada. Que ya estaba harta de que siempre sacara a cuento lo mismo de siempre.

Quise decirle que no era lo mismo de siempre, que era algo importante, pero la realidad es que, si fuera ella, yo también estaría harta.

Y pues bueno, "ahí quedó". No nos vimos.

Yo no tengo corazón para pararme frente a ella y ponerme a llorar de rabia y tristeza por la cantidad de cosas que se me atoran entre pecho y espalda cada vez que estamos cerca, ahora que está tranquila y feliz.

Ese día llegará solo en algún momento, o desenredaré mi cabeza y la perdonaré sin necesidad de hablar. Lo que ocurra primero. Supongo que dentro de ese proceso tengo que resignarme a que es una amiga de mierda. Ella, por lo visto, se resignó a que yo lo sea.

La quiero con toda mi alma, pero no estoy segura si el día de hoy puedo convivir con la bomba cronometrada que somos una para la otra.

Ni ella, ni yo sabemos qué cable cortar.