Mi tía estaba preparando la comida en la cocina, justo debajo del cuarto donde había entrado segundos antes, tratando en vano que la pinche puerta no rechinara. Arrastré los pies hasta llegar al fondo y busqué a tientas la chapa de la puerta del vestidor (siempre me he preguntado como puede haber tan poca luz en ese cuarto).
Al abrirla no se me hizo tan difícil ver: habían dos velas encendidas sobre platos con agua, en una mesita con un mantel tejido. Sobre la misma mesita estaba un jarrón con un ramo de flores de cempasuchitl, una imagen del Divino Niño y una de Cristo Rey, un San Judas Tadeo viejito, con la nariz despostillada, una foto de mi bisabuela María y una cajetilla de Alitas azules.
Cerré con seguro el vestidor y me senté en el suelo, al lado de la mesita que fungía como altar. Estiré la mano y jalé la cajetilla de Alitas y los cerillos, de esos que tienen una Venus en la cajita.
Saqué un cigarro muy segura de mi misma, pero no fue suficiente para no fracasar en los tres primeros intentos de prenderlo.
Finalmente empezó a salir humito y lo aspiré con cuidado. No tosí, como tosen todos los escuincles gringos en las películas cuando el amigo gandalla les enseña a fumar, pero si sentí como me raspaba la garganta. Aspiré por segunda vez, en los labios me quedó un sabor dulce, como de confitura de chicle.
Después de agarrar confianza, dejé de sostenerlo como porro y lo agarré como "los grandes", entre el dedo índice y el medio. Aspiré más veces, tratando de pasarme el humo y no solo dejármelo en la boca. Estaba como hipnotizada con las formas del humo que salía de mi boca y del mismo cigarro.
Aspiré por última vez antes de que la colilla me quemara los dedos -esas madres no tienen ni filtro- y saqué el humo por la nariz, provocándome unas ganas de estornudar marca diablo, mismas que me aguanté hasta llegar a una toalla colgada en el perchero, para amortiguar el sonido.
Oficialmente había fumado. Y nadie me había enseñado. Es una de las pendejadas por las que a los 12 años te sientes realizada.
Tomé el segundo cigarro de la cajetilla y lo volví a prender, con mucha menos dificultad que la primera vez. Como al tercer toque, levanté la vista y vi el reflejo del retrato de mi bisabuela en el espejo. Tenía más o menos la edad que tengo ahora, sin embargo dista mucho de mi realidad y en aquel entonces distaba aun más: ella tan peinada, tan acicalada, en traje sastre color marrón y con los rizos acomodados perfectamente haciéndole marco a su cara. Vamos, que entre esa foto y yo no hubo ni habrá un solo punto en común.
Sin embargo por primera vez en las muchas que había visto ese retrato, sentí que había algo "entre ella y yo". Siempre había sido mi bisabuela "igualita a mi" por lo que me contaban: la que tenía el mismo carácter de la chingada que yo, la que se salía a mojar "como perico" cuando llovía, la que se comía primero la orilla y después el centro de las empanadas, la que carajeaba a todos por parejo, la que fumaba como chacuaco..
Hoy me encontraba yo sentada, fumándome lo que simbólicamente eran sus cigarros. Los mismos Alitas azules había fumado hasta que la colilla le quemara las yemas de los dedos quién sabe cuántas veces en ese vestidor.
- Que cagotiza me hubieras puesto cuando descubrieras que te faltaban dos cigarros de tu cajetilla - susurré mientras me paraba y guardaba las dos colillas en la bolsa del uniforme -pues ya que sean tres, ¿no abuela?, pa' que valga la pena el desmadre.
Nota: No encontré una imagen digna para el post..
y la foto de mi abuela está muy lejos.
3 comentarios:
yo me fume mi primer cigarro frente al espejo.
Yo fumé unos rojos en el patio, obvio se percataron y ardió troya...
ahora fumo blancos, sigo escondiéndome, lo hago frente al espejo-gracias a Dios vivo sola-.
Mi abuelo materno murió de Enfisema, pero vivió con dignidad, el cuerpo está hecho para el placer...dejad hacer, dejad pasar...dejar volar, dejar fumar jajaja
Yo fumé mi primer Alas a los 8 años! :S
Genial tu historia!
Publicar un comentario