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martes, 23 de septiembre de 2008

Plástico naranja y azul.

Me hacen falta como veinte minutos de espera sentada en esas sillas naranjas de oficina de gobierno con un diseño ergonómicamente incorrecto. Apoyo mi codo en la barda a mi costado, y a su vez, mi cabeza en la palma de mi mano para hacer mas cómoda la espera. Cabeceo. Cabeceo de nuevo. Cierro los ojos.

Escucho el rechinar constante del ventilador viejo de techo, tratando de difuminar el vapor pesado que parece subir del suelo.Una máquina de escribir - o una secretaria con uñas acrílicas - El sonido de una engrapadora.

Alguien pasa taconeando frente a mi, tacones..tacones.. de 5 centímetros más o menos, eso, o se tratan de los árabes de punta larga y tacón bajito que estuvieron tan de moda hace algunas temporadas. Olor suave, dulce, pero empalagoso. Casi visualizo el frasco chaparro, blanco con rosa del Anaís Anaís.

La radio en una estación popular (del populacho) sufriendo de interferencia cada 23 segundos. El ruido sordo de una computadora, de la tercera edad, encendida. Suena el teléfono del otro lado de la pared de enfrente.

Alguien está por pasar frente a mi, no hay ruido de zapatos, supongo que son tennis. El olor a Body Fresh amarillo se me mete hasta la médula, y entre la gravedad alterada por el sueño (esa sensación de irte hundiendo en ti mismo) y el olor conocido, se me sale el cerebro de su órbita normal y me regresa diez años atrás.

Olor a cloro, a spaguetti rojo con orégano, a Body Fresh amarillo, a bloqueador.

Estoy en casa de Ana, tirada boca abajo en una toalla sobre el pasto, apoyada sobre mis codos y con las piernas dobladas hacia arriba. Siento las gotitas de agua escurriendome del pelo al cuello, a los hombros, a la espalda.. resbalándose por mi piel calentada por el sol, haciendo contraste con ellas, tan frías.

La piel de mis manos está arrugada, las de mis pies también. La piel de mi cara, por el contrario, está seca por el cloro y parece que se me estirara.

Platos de plástico, de ese plástico muy muy grueso, los que no son desechables.. ¿cómo se llaman? Bueno, esos.. platos color azul, entre rey y oscuro. Un platote lleno de spaguetti rojo con mucho orégano. Agua de limón. Hielos que después sirven para meterlos a la alberca y pasártelos por la piel.

Nunca esperábamos la media hora después de comer. ¿Irresponsabilidad? Si.. pero a un niño no se le puede impedir entrar a una alberca teniéndola enfrente.

"Pendeja la que llegue de último" Una carrera corta sobre el pasto, un clavado salpicante y pataleo hasta tocar el fondo. La gravedad alterada del agua alrededor del cuerpo (esa sensación de ser muy liviano) me regresa a las sillas naranjas de plástico y al calor abrumador.

2 comentarios:

AMOR SIN FRONTERAS dijo...

wau me sentí allí que padre cuando un aroma o sabor te transporta a bellos recuerdos

JOSEPE ERRANTE dijo...

Wow, me encantó el relato. Nunca me he sentido así en una dependencia de gobierno, bueno, definitivamente no es agradable, en eso concuerdo. Pero que padre poder ir tras tu memoria cuando te hacen esperar de esa manera. Cuidate, y sigue escribiendo que lo haces de maravilla.