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sábado, 12 de febrero de 2011

Para dormir a gusto.


Abría la puerta y estaban tus ojotes cafés, con tus cejas como dibujadas y esa mueca dificil de comprender. Un beso cerquita de la boca y atravezaba el patio contigo siguiendome de cerca.

Olías a flores.

¿Cuáles flores? Me lo dijiste mil veces y todas las olvidé. Lo que no olvidé fue que tu cuello olía a flores. Y que mis almohadas olían a tu cuello. Y que cuando me quedaba sin ti y la cama se me hacía inmensa, bastaba con abrazarme a una almohada para sentir esa mueca pegada a mi piel.

Siempre te sentí como se siente el aire entrando por la ventana. Suave. Ese que se te escurre por la piel, alterando los nervios, provocando escalofríos. Eras eso: aire. Mientras me rascabas la espalda. Mientras te quedabas dormida a media tarde. Mientras te abrazaba antes de irte. Mientras dibujabas mi cara con tus dedos, media dormida. Siepre fuiste aire.

Olías a flores y a días lluviosos, como el de hoy. Eran nuestros días, los días lluviosos. El cielo condensado y las dos quietas, silenciosas. Sin más afan que el de pasar el tiempo entre las nubes espesas y mis almohadas, esas que olían a tu cuello...

¿Te acuerdas?

Te cuento nuestra historia
para que la noche te sea
ligera y me quieras más.

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