Durante todo el día, no pude dejar de pensar en eso.
La idea de encender la radio no paraba de darme vueltas en la cabeza, una, y otra, y otra vez. Sin parar. Mientras me bañaba, mientras desayunaba, mientras jugaba con mi gato.
Encender la radio, solo un ratito, escuchar tu voz una vez más. Y luego caerme al suelo en pedacitos. ¿Valía la pena? ¿En serio era considerable tener que volver a armarme al final de la tarde? Pero por otro lado estaba un argumento contundente: tu voz. Todo lo que tienes que decir, todo lo que te corre por la cabeza. Escuchar tu risa, de lejos, sin ninguna otra opción. Sentirme llena. Y luego sentirme vacía, de nuevo.
Entonces me convencí:
No valía la pena escuchar tu voz, si no dice mi nombre, si me voy a sentir vacía, si voy a tener que recoger mis escombros cuando te despidas de la audiencia, sin mencionarme.
Entonces me tapé los oídos para no escucharte ni por casualidad.
No estoy segura de sentirme mejor al respecto...
1 comentario:
Creo que te estas sacudiendo... espero que te estes sacudiendo, como habiamos hablado.
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