Lo primero que sentí fue el suelo frío contra mi espalda. Me senté de golpe mareándome un poco, al mismo tiempo que llenaba mis pulmones de aire bruscamente, provocando que comenzara a toser.
Esta vez recuerdo todo como si hubiera mirando a través de una cortina de humo, o como si me hubiera estado arrastrando una ola... o como las dos cosas al mismo tiempo.
Había agua, ciertamente.. arena bajo mis pies. La brisa que llevaba la sal hacia mis labios también hacía que me temblara la mandíbula y que tuviera mucha sed. Iba caminando en medio de la noche con las pequeñas olas estrellándose contra mi, despreocupada, sin que me pesara ni un poco siquiera el terror que en realidad me provoca el no poder ver mis pies a través del agua.
No solo no veía mis pies, no veía nada. El agua era muy clara, pero la noche era tan oscura que no dejaba mirar. Las olas seguían estrellándose contra mi y el agua fría salpicandome era como una droga.. me hacía partirme de risa una y otra vez, mientras tu no dejabas de verme con una sonrisa en los ojos, tomándome del brazo como una niña pequeña, cuando en medio de la euforia hacía el intento de caminar hacia adentro.
El viento comenzaba a soplar, de repente, haciéndome un remolino en el pelo, enredándoseme en la cara. Me empujabas un poco, girándome los noventa grados necesarios para estar en contra del viento y el mar. Los mechones que se habían desacomodado sobre mi cara corrían hacia atrás, dejando un zumbido en mis oídos mientras yo veía maravillada la confusa línea divisoria entre la oscuridad del cielo y la del agua.
Y entonces, cerré los ojos, me sumergí hasta que el agua me cubrió la cabeza y comencé a dar brazadas pequeñas. Abrí los ojos y la sal me quemó un poco, no pude ver nada.. entonces, las cosas se volvieron más reales: el miedo apareció.
Angustiada, traté de ponerme de pie de nuevo, pero no pude llegar al suelo. Aun consciente de ser capaz de flotar, no pude hacer más que moverme sin control y querer llorar. No podía ver nada, justo como hacía unos segundos, pero ahora en lugar de eufórica, estaba aterrada.
Sentí un jalón fuerte en el brazo, y eras tu, con la expresión que tendría alguien que te advirtió que no jugaras con el encendedor justo en el momento que la llama te quema los dedos. Alcé los brazos hasta que logré aferrarme a los tuyos desesperadamente, enterrándote las uñas mientras te escalaba, buscando salir tanto como pudiera del agua.
Avanzaste hacia la orilla sin soltarme aún cuando pude caminar sin hundirme, aun cuando el agua me llegó al tobillo, aún cuando me empujaste hacia la arena y me hiciste sentarme. Solo cuando yo solté mis manos de tu brazo, dejaste caer las tuyas en la arena.
Me sentía como una tonta.. me perdí en el horizonte para no mirarte, mientras me escurría el pelo. Cuando terminé, clavé la mirada en mis manos, y por nada, o por todo, sentí como me iban cayendo encima los efectos secundarios del miedo, y del agua, y del frío, y de la noche... y lloré en silencio, queriendo que no te dieras cuenta.
Probablemente lo sabías, que me daba vergüenza, que hubiera preferido escucharte decir "te lo dije", que era humillante sentirme la damisela en apuros. Desviaste la mirada pero te quedaste, por que probablemente sabías eso, pero también que las ganas de que te dieras cuenta iban a aparecer en cualquier segundo.
Cinco.
Cuatro.
Tres.
Arrastré mi mano hacia ti, hacendo surquitos en la arena, hasta que mis dedos toparon con los tuyos. Volteaste hacia mi bruscamente, haciéndome notar tu enojo y te quedaste inmóvil aun cuando me recosté sobre tu hombro. Tarde o temprano, escuché como suspirabas con irritación, mientras tu brazo se enrrollaba a través de mi espalda. El olor te tu cuello mezclado con el agua de mar pareció duplicar las lágrimas y los sollozos, mientras sentía las idas y venidas de tus dedos, dibujando líneas y luego figuras sobre mi piel mojada.
Entonces, abrí los ojos y no pude sentir más que el frío contra mi espalda y los espasmos irregulares de mi diafragma, tratando de controlar una tos incontrolable.