Pero otras veces me gustaría no tener un pasado. No tener malas costumbres aprendidas, malos hábitos destructivos, pésimos mecanismos de supervivencia. Me gustaría no tener miedo a dejarme ver vulnerable, a bajar la defensiva, a no ser suficiente, a que me abandonen.
Hoy me siento amada, completamente, de pies a cabeza y aun así, soy incapaz de dejar de desconfiar de las cosas más idiotas. Puedo pasarme días buscando una piedra gigante, cuando lo único que hice fue tropezar con mis propios pies.
¿De qué se trata todo esto? ¿Cuánto tiempo más lo que sea que haya construido dentro de mi en el pasado, va a seguir explotando una y otra vez? ¿Por cuánto tiempo más voy a seguir buscando lo que está mal en mi?
Ayer estaba profundamente dormida, cuando sentí a Cielo acostándose justo al lado de mi, me despertó su cuerpo apretándose al mío, su voz diciéndome "te amo" y las estrellas completitas cupieron en mis ojos.
Unas horas después, apenas el sol entró por la ventana, me desperté con ganas de correr del otro lado de la ciudad y ponerme a salvo. ¿A salvo de qué? A salvo de mi pasado, aparentemente, porque en el presente no había nada a qué tenerle miedo. Sin embargo, las ganas de correr ahí estaban. Y de llorar. Y de pelear, sobre todo, porque es lo único que se hacer cuando me siento amenazada.
Entonces se convierte en una guerra constante entre mis impulsos primigenios y la que intento que sea una mejor versión de mi. Y decido quedarme callada un segundo, no moverme, esperar a que la niña cobarde y conflictiva que me habita deje de gritarme. Pero parece no cansarse de gritar; siento la vibración de su voz en el pecho, en los brazos, en la garganta.
Finalmente, logro convencerla de que Cielo es la misma persona que ayer por la noche me metió bajo las sábanas cuando había frío. Y que con ella nunca siento frío.
Y deja de gritarme poquito a poco.