Me rompieron la madre, una y otra vez. Y aunque todos me gritaban en la cara que era una idiota, seguía confiando. En que era la última. En que se iba a dar cuenta. En que faltaba poco. En que el destino no podía ser tan culero.
A pesar de lo que puede pensar cualquier hijo de vecina acerca de mi, el problema más grande es que espero todo de las personas porque confío demasiado.
A ojos cerrados.
Una y otra vez.
Hasta que algo se rompe y entonces bajar la guardia, de nuevo, me parece algo imposible.
Hoy me encuentro en una situación extrema, como es mi costumbre. Al contrario de lo que hubiera hecho hace un año, me doy cuenta que, de hecho, el destino no es tan culero.
Tengo enfrente a alguien increíble, del cual les hablaré después. Por alguna razón que no termino de entender, me dan ciertos celos de escribir públicamente acerca de ella. Por MUCHAS más razones que tampoco termino de entender, me encuentro respirando tranquila a pesar de la adversidad.
Las cosas no están fáciles, definitivamente, pero confío en ella y en que la taquicardia que traigo de planta cada vez que la escucho no es casualidad. En mi sentido común, carajos, no me puedo estar equivocando al ver su sonrisota y sentirme en una burbuja.
Confío, asiduos lectores, a ojos cerrados.
Es difícil, de hecho, cerrar los ojos y dejarse llevar, pero lo estoy haciendo.
Todo el mundo merece una oportunidad, hasta yo, la persona más incoherente del universo. Hasta ella, la improbabilidad andando.
A cerrar los ojos, a confiar.. aunque me partan la madre mil veces, aunque termine echando el alma en las lágrimas.
Siempre queda la esperanza de que las cosas van a estar bien porque las estoy haciendo bien.
Y ya, buenas las tengan.